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Maratón de House of Cards


Y sí, alguna vez debía pasar, por Spacey, tipo que se instaló por estos lares a partir de Los Sospechosos de siempre y a quien envidio por haber sido pareja de Judy Davis y dejarla x Sheryl Crow (tomá ahí tenés un dato cholulo, cool 2.0); bueno, como decía, alguna garra de series debía atraparme y esta fue la tan promocionada House of Cards, o Castillito de naipes, para nosotros.

Porfiado en la moda de "adoro las ficciones tipo Lost", con mis reservas a propósito de Dr. House, un par de intentos en el camino (Californication, The Big Bang Theory) , apenas supe disfrutar de la entretenida Entourage que me pasó mi amiga Clara F. Escudero. Tras pelear con mis prejuicios -"todos los progres y ex PC, de ayer, se aprovecharon del indulto del posmodernismo para volverse incondicionales de las sitcoms"- ahí fui al encuentro de esta serie, dispuesto a retrotraer las conspiraciones de la Casablanca a fin de develar la piedra filosofal peronista (mejor dicho kirchnerista).

Con los primeros movimientos de Kevin, el nombre de Anibalito Fernández, surgió como estimable obviedad. Sin embargo, el relato del tipo que pierde el puesto más importante de la presidencia yanki (Secretario de estado), en una trifulca de su principal aliado democrático y hombre más poderoso de la tierra (como siempre le gusta describir a los norteamericanos, a propósito de su presidente), sirvió para abandonar los absurdos paralelismos.
 
Sí Frank Underwood pasó durante dos o tres noches (lo que me llevó a ver la primera temporada, con las consabidas reprimendas familiares) a ser un insólito modelo heroico, con sus irrefrenables miserias. La periodista gatito, dispuesta a ascender según el signo de estos tiempos, el diputado perdido en sus debilidades, el servidor y protector incondicional del líder de la bancada y héroe de House, se distinguieron en la historia sosteniendo la base de este castillo de intrigas y disputas internas.

Claro que Claire, esta mujer de hielo capaz de desarmar al más desalmado (incluyendo a Francis, su marido, claro) se roba con Spacey el relato. Por un momento se podría suponer que la ex de Sean Penn (otro dato más, tomá) tiene la virtud de atraer y repeler tanto a los protagonistas como al propio televidente, según su voluntad. Cuesta no compararla con la siempre "encantadora" Karina Rabolini.
Hay muerte, lavado, hackers, un enemigo superpoderoso que crece en la segunda temporada y a quien Frank enfrenta sólo por no desear ser abducido (palabra trendtopic, si las hay), un presidente débil y, fundamentalmente una ambición de poder que obliga a perder dos o tres días más para devorarse toda la serie, filmada hasta el momento.

Underwood goza de un carnívoro brunch en la zona baja, hecho a su medida; tiene un ex empleado negro que le vigila los pasos, sabe cautivar hasta la mujer más fuerte de su bancada (ex Marine) y hasta establece una batalla en simultáneo, con lo que aquí llamaríamos "diverso" (indios de sus pagos y chinos adinerados). Traspolación de la "argentinidad al palo", o mejor dicho, una forma de "americanismo", en esto de imponerse frente a lo distinto.

Pero más allá de la descripción, algunos aspectos y escenas dejan pensando:
la noción endeble de fidelidad frente a la lealtad marital, las consecuencias de pedir ayuda y dar ayuda a tus pares y enemigos, el poder que otorga la generosidad, las dudas sobre el exceso de pragmatismo, la incontrolable adrenalina que despierta pelear, alternando las reglas, según el propio instinto.Por supuesto que el tipo que habla a cámara y en primera persona, deja un par de frases para guardarse, algunas podrían sobrevolar cualquier charla de café, como "en todo lo que hacemos el sexo está presente, salvo en una circunstancia...durante el encuentro sexual, ahí, lo que decide no es el sexo, si no el poder".   

"A veces confío más en lo que hacen mis enemigos, que en mis amigos" (no es exacta, pero suena así)
Por último, las manos llenas de sangre que muestra la campaña publicitaria, parecen contradecir el verdadero espíritu de Francis. No creo que pese sobre él la idea de estar ensuciándose o salpicándose con los flujos de sus víctimas. Acaso esta mirada se deba más a una valoración de este lado de la pantalla. Del otro, Underwood, no se plantea estas cuestiones. O por lo menos, las pruebas de sus crímenes, no salieron del todo a la luz. Hasta ahora. En junio, recién arranca, ya coronado, la tercera temporada.
Sobrecarga de House of Cards III
No sé si escucho voces, pero levantarse después de una jornada ómnibus de Netflix para ver el 70 % de la serie, aún con un amague de migraña, potencia el trabajo cerebral.
Indago o mejor dicho especulo sobre situaciones, diálogos, reproches y sentimientos varios que trascienden en cada capítulo. Concluyo que es injusto minimizar a Frank y Claire colocándolos a la altura de cualquier exponente político (de estos lares o global).
En cambio, la alusión de Petrov por Putin resulta inevitable. El tipo fue hecho a la medida del imaginario yanki con una sobresaliente interpretación y una memorable velada dentro de la Casablanca que emularía a cualquier cuadro de Shakespeare en un duelo coral entre conspiraciones, competencia intelectual y olfato instintivo exquisito.
Con todo, la tercera temporada de House of Cards reencausó el timón de su endeble desarrollo en relación a lo que había dejado la segunda.
Se nota que el tiempo o, por qué no la paciencia de sus creadores, resultó más que útil al momento de darse una pausa. El tanque televisivo que trascendió formatos y fronteras, supo hacer honor a la pausa y demora, priorizando la clase del producto, por encima del oportunismo marketinero.

En cuanto a este bendito 27 de febrero, uno no puede cuanto menos que compadecer al fiel Doug Stamper y pensar que la muerte le hubiese sentado mejor antes que todo el calvario al que debe enfrentarse para sostener su lugar en la historia.
Es mentira considerar milagroso el hecho de volver de la muerte indemne.
Es más, quien retorna, no sólo parece lamentarlo si no que debe pagar una fianza imposible para continuar de este lado del planeta.
Lo de Doug resulta asfixiante y su recuperación, en el contexto de América Trabaja bien puede reubicar a cualquier sujeto cincuentón al momento de reincertarse en el mundo laboral. En principio, su experiencia lejos está de abrirle caminos y puertas. Y Frank, sólo espera una ratificación para devolverlo a la superficie.
Magnífica Claire, como siempre avanza a pasos firme y ni el más distraído puede dudar quién ocupará la presidencia durante 2016, en la ficción, por más que Underwood desee otra cosa.
Ignoro, de momento, si los autores se ubican más cerca del mundo republicano, pero supongo que los pasos de la ahora ex rubia, adquirirán una velocidad semejante a la de Hillary Clinton en su propia carrera presidencial. Sólo es cuestión de tiempo y ajustes (varios, quizás) para adivinar cuál de las dos llega primero.
 
Al margen de sospechar o suponer, la buena de Robin Wright se devora esta edición, sus charlas con Petrov, las discusiones con su esposo, la búsqueda de sentido (incluso enmarcándolo en un ámbito espiritual, Lamas mediante) ayudan a entender por qué algunas mujeres gélidas a la vista, fascinan más que otras verborrágicas o fálicas.

No puedo olvidar otro momento sublime y es cuando todo se vuelve en contra para ambos. Destruidos ambos, después de arrastrar su orgullo para obtener apoyo en sus respectivos intereses (el de él en el Congreso y el de ella, para convertirse en embajadora en la ONU), la escena sexual, tras el quiebre emula aquello de amalgamar pulsión sexual con pulsión de muerte. 
Fantástico debate espiritual, entre la charla con el árabe amputado, el diálogo del presidente con Jesús (NdelaR: Frank se caga en el padre por segunda vez en esta etapa, meando sobre la tumba de su padre biológico y luego escupiendo al Cristo de una iglesia), mejor exposición respecto del sentido martir y moral, en relación a Claire y  Michael Corrigan, prisionero gay en Rusia, lo que deviene en una consiguiente crisis en la pareja. .
El nuevo corte y color de cabello (recurso invariable de ellas, al momento de reflejar los cambios internos en el afecto) y la renovación de los votos maritales, termina humanizándola a ella y por consiguiente a él, en una temporada donde ser despiadado parece ser si no una virtud, una actitud entendible. Si de seguir la escala ascendente se trata.

Quizás algunas frases memorables sean rescatadas en otro post.
Al momento uno sabe que al bueno de Doug, nada bueno le sucederá (insisto que no terminé de ver todos los capítulos, aunque creo que mucho no me falte), que el conflicto en Jordán termina salvaguardando "la buena voluntad de los Estados Unidos" (los otros exponentes internacionales como Rusia e Israel, resultan tanto o más crueles que el matrimonio presidencial de House) y que América Trabaja bien podría ser una encrucijada cierta para los miles de desocupados que también distinguen a la Europa de hoy.
Que sea una salida posible o mera cáscara, dependerá de Underwood y de cada gobierno que quiera implementar tal idea.
Continuará...

Lindo para un debate a futuro. La mina, Claire, recaliente con su esposo, se raja para NY con su idílico amor, fotógrafo libre en sus actos, en su rutina, el tipo un privilegiado, hace lo que le gusta y cuenta con un Loft, más grande que el de Nico Repetto, en su momento en la calle Darwin, o aquel famoso de Galimberti.
Pero el progresismo en los EEUU, también se paga, acaso por esto, la vendetta del matrimonio Underwood, apunta certero al corazón de los bohemios, de los librepensadores, de los de mirada abierta. La lucha por el poder, no entiende de tamañas atribuciones, incluso de tipos que se vuelven ricos y excéntricos combinando arte con filantropía o viceversa. El franchute que tenía caliente a la rubia y aspirante a primera dama, lo paga cariiiiisimo. Y, por un momento, me detengo a pensar en tantos y tantos bohemios que aquí se vanaglorian con su libertad, mientras, por ejemplo, nosotros los del Buenos Aires profundo, seguimos ganando migajas y viendo como lloran su pánico por inseguridad, mientras el Conurbano, nos dicta la miseria de la real politik, con nuestros chicos sin colegios.
Perdón por la madeja inspiradora que no entiende de construcciones formales para escribir en este blog. Seguramente lo pagaré a futuro, aún sin loft, ni una rubia que muera por un servidor. Saludos.
 
Adrian Javier De Paulo

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