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De "La Cueva al Parakultural" II

LOS ’80 O LA GENERACIÓN DE YO 


Para el rock nacional, la década del 80 comienza una vez finalizado el conflicto de Malvinas. Esto fue así no sólo porque el rock nacional comenzó a escucharse mucho más en la radio -aunque ya había programas de rock nacional mucho antes de los ’80- sino porque en los dieciocho meses que van desde la rendición de Puerto Argentino en junio de 1982 a las elecciones que recuperan la democracia con la presidencia del Dr.Raúl Alfonsín en diciembre del ’83 hay una verdadera explosión creativa en la Argentina. Se ve en las bellas artes, en la literatura, en el teatro, en el cine y –muy especialmente- en la música. Por todas partes brotan nuevos clubes y locales, como el Ciudadano, Stud Free Pub, Caras Más Caras y –muy especialmente- el Einstein y el Parakultural, para dar albergue a estas nuevas manifestaciones artísticas. 
El fenómeno no es sólo porteño. En Rosario nace una nueva camada de poetas y músicos que se alinean tras la figura aglutinante del cantante Juan Carlos Baglietto. Son, entre otros, Fito Paez, Jorge Fandermole y Lalo de los Santos. Con una poesía impecable y hasta erudita, traen otra óptica y otros testimonios de esta época de cambios y esperanzas.
Entre nuestros músicos históricos, Luis Alberto Spinetta y Litto Nebbia construyen también sus propios parámetros de la realidad, enfundándolos en las particulares estelas de sus grupos de entonces, Spinetta Jade y las varias permutaciones que adoptaron las bandas del exGatos. Charly García, una vez más, hace punta reflejando la sociedad de su tiempo en una tetralogía incomparable que abarca álbumes como Yendo de la Cama al Living, Clix Modernos, Piano Bar y Parte de la Religión y acaparando buena parte de las presencias masivas en los recitales de los ’80. Una masividad que también va in crescendo para Sumo y para los Redonditos de Ricota, que al promediar la década habrán dejado atrás el ámbito de los clubes para conquistar el habitat de los estadios cubiertos. Es también una época de desarrollo de las mujeres en el rock, con Celeste Carballo a la cabeza y una nueva camada de chicas que lideran o acompañan bandas, y que incluye a Fabiana Cantilo e Hilda Lizarazu, vinculadas a los Twist e Isabel de Sebastián y Celsa Mel Gowland, encarnando a Metropoli en la segunda mitad de la década. 
También es una era variada en términos estilísticos. Un blues urbano y a flor de piel como el de Memphis La Blusera se abre paso rápidamente, mientras que crece la popularidad del hard rock metalero que Pappo acuña con Riff y el elemento lúdico y poético que Miguel Abuelo desarrolla con la nueva encarnación de Los Abuelos de la Nada -donde hace sus primeros palotes un muy joven Andrés Calamaro- y el rock frontal de Miguel Mateos y Zas, que
tendrá un flash de gloria suprema a mediados de la década, cuando su álbum Rockas Vivas supere el medio millón de copias vendidas. 
Pero buena parte de los músicos noveles que surgen en los ’80 no comulga con las metas que habían inspirado a sus hermanos mayores en décadas previas. Las utopías de cambio social habían sido sepultadas en medio de la gran masacre perpetrada por el Proceso militar –a esta altura en sus últimos pasos- pero, incluso en sociedades donde la represión no adquirió la expresión brutal que conocimos en Argentina, la voluntad transformadora de la generación de los llamados “baby boomers” estaba francamente en retirada al despuntar los ’80. Los nuevos jóvenes tienen otras prioridades. Son “The Me Generation”, la generación que se ocupa, primero y por sobre todo, de la primera persona del singular, y sus símbolos hablan por sí mismos: hay una preocupación inédita por la estética del cuerpo (aparecen los alimentos dietéticos, las cirugías correctivas, el auge de los gimnasios) y una seducción por la satisfacción inmediata que provocan drogas euforizantes como la cocaína. 
La expresión del cuerpo es un elemento central de las nuevas canciones y en la actitud que asumen los músicos en sus shows, pero este cambio no se dio de la noche a la mañana. Antes de transformarse en uno de los grandes símbolos de la nueva era, el grupo Virus desató polémicas y provocó rechazos por la forma de bailar y de conducirse en escena de su cantante Federico Moura, un decidido militante de esta nueva estética, como deja bien en claro ya desde el primer hit del grupo,“Wadu wadu”. El rock desfachatado de Los Violadores, máximos exponentes del punk local, denuncia a la hipocresía criolla que acompañó con su silencio cómplice a la dictadura en las corrosivas estrofas de “Represión”: (Hermosas tierras de amor y paz / hermosas gentes, cordialidad / fútbol, asado y vino / esos son los gustos del pueblo argentino / Represión en la puerta de tu casa / represión en el kiosco de la esquina / represión en la panadería / represión 24 horas al día...) El humor y la sátira también son un vehículo propicio para traer a la superficie los difíciles días vividos. En “Pensé que se trataba de cieguitos”, Pipo Cipolatti y los Twist le daban una nueva vuelta de tuerca a la conocida historia de abuso policial canalizado en una detención sin motivo. 


Otro gran símbolo de la década es Soda Stereo. En su disco debut, de fines de 1984, el trío de Cerati, Zeta y Alberti trazaba todo un mapa de situación del nuevo sistema de valores de los ‘80 con títulos que lo dicen todo: Dietético”, “Mi novia tiene bícepts”, “Afrodisíacos”, “Por qué no puedo ser del Jet Set” y, no por casualidad, “Sobredosis de TV”. La televisión, que los argentinos aprendimos a ver en color desde abril de 1980, es el puntal de una revolución mediática que empieza en los ’80 y alcanza su máxima expresión en nuestros días. Con el arribo de las transmisiones por cable llegó también MTV: ya no bastaba que un grupo sonara bien; ahora también debía tener una imagen comercializadle, porque a partir de los ‘80 la música se vende a través de la pantalla chica. 
La década del ’80 suele tener mala prensa. Se la acusa de frívola y de vacía de idealismo y sensibilidad. Pero las generalizaciones siempre son groseras: este fue también el período en que la diversidad musical derrumbó las barreras entre géneros y estilos. El rock argentino incorporó los sonidos y la estética del punk y la new wave llegados del mundo anglo y los acomodó a la realidad nacional, como demuestran los casos de Violadores y –ya en las postrimerías del decenio- Attaque 77. Otro tanto ocurrió con el reggae. Su integración sonaba algo forzada en un principio, pero el ritmo jamaiquino terminó fusionándose de un modo natural con los sonidos del rock local. Esa retracción de viejos prejuicios –que años más tarde permitiría también un acercamiento inédito al tango y al folklore- colaboró en mucho para darle al rock argentino la variedad y riqueza expresiva que ostenta hoy, un cuarto de siglo después.



EL PARAKULTURAL
El Parakultural o Centro Parakultural fue un centro artístico multidisciplinario ubicado en la Ciudad de Buenos Aires. Se convirtió, a mediados de los años 1980 y principios de los años 1990, en paradigma de la Cultura underground porteña, y principal centro de expresión de una movida artística que se había gestado durante el final de la última dictadura y los primeros años de democracia, durante el gobierno del Presidente Raúl Alfonsín. El lugar sirvió, además, para el desarrollo de artistas que accederían, ya en la década de 1990, a los medios masivos de comunicación, y sentarían las bases para una nueva generación de artistas.
El Parakultural fue inaugurado por Omar Viola y Horacio Gabin en un sótano que habían alquilado en la calle Venezuela 336. Lo habían alquilado como sala de ensayo, allí Viola, Gabin, y actores como Batato Barea, Alejandro Urdapilleta y las Gambas al ajillo, ensayaban por las noches, hasta que decidieron invitar gente a los ensayos y luego abrirlo al público. La movida cultural, que alcanzaría el éxito allí, se había gestado en diferentes locales de la ciudad, en especial en el Café Einstein, propiedad de Omar Chabán.
El Parakultural se caracterizaba por ofrecer teatro, música en vivo y artes plásticas no convencionales en ese momento, destacándose principalmente la diversidad de espectáculos ofrecidos, desde el teatro underground, o los monologuistas, hasta las bandas de rock independientes. 
En sus primeros años se destacaron allí la Gambas al ajillo (grupo humorístico formado por cuatro mujeres: Alejandra Flechner, María José Gabin, Verónica Llinás y Laura Markert), Barea, Urdapilleta, Humberto Tortonese, Susana Cook, Los Melli, Las hermanas Nervio, El Clú del Claun, entre otros. Por su escenario también desfilaron las más importantes bandas de la escena under y alternativa de la segunda mitad de los ochenta, algunas de las cuales lograron masividad y/o renombre: Los Violadores, Sumo, Trixy y Los Maniáticos (luego simplemente Los Maniáticos), Comando Suicida, Don Cornelio y la Zona, Los Redondos, Los Fabulosos Cadillacs, Celeste Carballo, Los Intocables, Flema, Todos Tus Muertos, Los Corrosivos, Los Pillos, Antihéroes, entre otras.
La Argentina todavía conservaba ciertos procedimientos poco democráticos: en reiteradas oportunidades los espectáculos fueron suspendidos por la policía para pedirle la identificación a todos los espectadores.
En 1990 el Sindicato de Porteros compra el edificio donde se encontraba el Parakultural, y se niega a renovar el contrato. De esta forma (el 17 de junio de
1990 o poco después), se termina su primera etapa, sin embargo continuaría en el Teatro Galpón del sur (con sus citas parakulturales) y en las varietés del Parakafe. Finalmente, a fines de 1991 (el 4 de octubre o antes) se abre un nuevo Parakultural New Border en la calle Chacabuco al 1000. Aquí se suman nuevos artistas, como Alfredo Casero, Carlos Belloso, Diego Capusotto, Mex Urtizberea, Marcelo Mazzarello, Mariana Briski y Valeria Bertuccelli. El 6 de diciembre de ese año el teatro underground sufre una importante pérdida, Batato Barea muere víctima del sida. En 1995 las quejas de los vecinos, la policía y el hecho de que muchos de los actores ya tenían lugar en los medios masivos de comunicación, desencadenaron el cierre definitivo de aquel local del Parakultural. 
Antes del cierre definitivo de Chacabuco, Omar Viola y Horacio Gabin habían descubierto, por así decir, el tango. Fue así que luego de cerrado este local siguieron con la idea del Parakultural pero orientado al mundo milonguero. Pasaron, entre otros, por La Catedral y Salón Canning. Es en este último donde hasta el día de hoy siguen llevándose a cabo las actividades de El Parakultural. En los últimos años adoptó el nombre de Milonga del Parakultural. La pista del Parakultural es conocida como la mejor pista de baile de Buenos Aires. Han hecho presentaciones en ella todos los grandes bailarines contemporáneos del género. 

Adrián Javier De Paulo

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