Magia y algo más necesitaba la adúltera galo romana del siglo III para sobrevivir. Entre el estrangulamiento y el fuego, le quedaba una tercera opción: la ordalía del agua. Con una gran piedra atada al cuello, la joven infiel era arrojada al río. Si flotaba, cosa imposible, se la declaraba inocente. Los Francos no fueron menos condescendientes con el hombre que seducía a su esclava. Al ser descubierto, automáticamente pasaba a las filas de la servidumbre. Y es que el castigo parece ser común denominador de muchos amantes. La "Historia de la Vida Privada" de Philippe Aries y George Duby, dice que en la Edad Media, la ley del emperador Mayoriano "permitía al marido que sorprendía a los culpables, matarlos allí mismo, de un solo golpe". A veces la mancha se expandía a los ancestros. "O justificas a tu hija con juramento o tendrás que morir", era la amenaza, seguida de luchas fatales. Difícil, pero no imposible, resulta pensar hoy en macabros