Seré breve. Los ochenta no existieron.
Lo que queda de un conjunto de años es, en parte, lo que nos machacaron hasta imponerlo.
Otra
cuestión. Agrupar diez años siguiendo el sistema decimal no tiene
sentido. Si nuestro sistema fuera sexagesimal, las décadas tendrían 12
años. Los ochenta irían de 1980 a 1992, que son múltiplos de doce.
¿Alguien podría ayudarme a situar un hecho nacional relevante en esos
dos años?
En el año ochenta murieron el ex presidente Arturo Illia y el dibujante Oscar Conti, que firmaba Oski. ¿Y en el ’92 qué pasó?
Si
la domesticación nos lleva por el caminito de siempre, podríamos
intentar recorrer otro sendero, asumiendo el riesgo de perdernos o
encontrar algo que no nos gusta. Ver algo diferente suena más sano que
repetirse.
Si hablamos de literatura en nuestro país, durante los
inexistentes ochenta pudo volver a publicar sus obras Laura Devetach;
de quien encontramos una autobiografía. También empezó a publicar
cuentos Ema Wolf, hasta entonces periodista; encontramos una nota suya
sobre su amor a la lectura. Por último, en eso que llamamos los ochenta,
una tarde que el escritor Isidoro Blaisten y su mujer caminaban por
Callao justo después de cruzar Córdoba, en la ciudad de Buenos Aires, y
los detuvo para saludarlos un estudiante. Se acercó una chica también
para felicitar al autor. Tras una breve charla, Blaisten y su mujer
siguieron paseando, y el estudiante y la chica se quedaron conversando.
Así se conocieron mi mamá y mi papá, y en agradecimiento a Isidoro
Blaisten lo recuerdo hoy y copié un cuento breve.
Los hayamos vivido o no, allá quedaron los años ochenta.
Y fueron buenos.
Jorge Prinzo
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