En esa galería no había entrado nadie después de que la construyeron.
Me dije que no había tenido una buena idea. Me respondí que era la única y que no fastidie.
Bajé
el primer tramo de escaleras y miré atrás, a la luz de la tarde. Habían
quedado marcadas mis pisadas en el polvo acumulado sobre los escalones.
La puerta estaba abierta y me asomé, sin animarme a entrar del todo.
El hombre detrás de la mesa miraba fijo hacia adelante. O no me veía o veía a través de mí. Podía estar dormido.
Me disculpé y le pregunté si era quien buscaba.
-Ése es el charlatán de al lado. Lo mío es arte mayor.
Volví a disculparme y fui para donde dijo.
También estaba abierta la puerta. Parecía que no esperaban a nadie, ni siquiera a delincuentes. Así parecía.
Este
hombre estaba sonriente y parado junto a la entrada. Lucía un traje
impecable, recién estrenado. El reflejo de la luz en sus zapatos me
encandiló.
-Lo estaba esperando. Pase, sientesé por favor. ¿Qué lo trae por acá? Cuentemé.
-No puedo definirlo. Estoy inquieto… por el tiempo que me queda.
Dio la vuelta al escritorio y se sentó. Había un reloj en algún lugar. Lo escuchaba pero no pude ubicarlo.
-Es frecuente en los androides. Fallas de origen.
-¿Es grave? ¿Se puede solucionar?
-No,
y según. No es grave: siempre es mejor saber que no saber. Todo bicho
que camina. En fin... Y se pueden superar los síntomas. Los síntomas sí,
lo demás no, qué se le va a hacer. Lo voy a revisar.
Sacó una lupa y se ubicó detrás de mí. Sentí unos dedos en la coronilla, en el remolino.
-El dibujo de un silencio de negra, ¿lo hizo usted?
-No, estaba ahí cuando llegué.
-Mmm… Ya veo. Tiene suerte: a esta partida la retiraron de circulación.
Volvió a sentarse.
-Quédese tranquilo. Es superable.
-¿Qué es?
-No hay manera de equivocarse, es evidente: tiene principio de incertidumbre.
-¿Es grave?
-No, pero hay que ocuparse. Es algo que impacta en el orden de lo inefable.
(No
dijo “impacta” sino “impácta”. Sentí la onda expansiva de ese acento en
la cara. Menos mal que no dijo “pútrido”, o peor: “píloro”, porque esa
aguja prosódica se me podía clavar en un ojo.) Mientras pensaba había
seguido hablando.
-…Huaqui.
-¿Cómo decía? Perdón. Me distraje.
-Lo afecta como episodios de un pasado no vivido, como el desastre de Huaqui. O como el ataque japonés a Pearl Harbor.
-O El álamo. Me acuerdo de El álamo. ¿Qué puedo hacer?
Se puso a anotar algo en un papel.
-Vaya
a ver a estos muchachos. De parte mía, digalés. Están buscando una
persona para un programa de radio que se va a llamar Qué Mirás. Le recomiendo no hacerles preguntas, salvo a qué hora hay que llegar a la radio. Y se acabó el tiempo. Gracias por venir.
Le agradecí, lo saludé y me fui. Afuera todavía nevaba.
Jorge Prinzo
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